Ocupen su localidad

Si Los Navegantes fuera una película, sería una de esas raras producciones que surgen de la nada, pero que rinden al espectador con su poder de fascinación. Al público le encantarían las batallas encarnizadas, las escenas de amor y de sexo, las panorámicas y los efectos especiales recreando la magia, los monstruos y los edificios exóticos. Habría momentos en que los espectadores se hundirían en sus butacas o girarían la cabeza espantados, pero también sabrían cuándo lanzar vítores o llorar de emoción. Una vez acabada la proyección, tardarían bastante en recuperarse de la insólita mezcla de delicadeza y animalidad sobre la que se levanta el film.
Los diferentes personajes serían interpretados por actores apenas conocidos y de estética poco convencional. Por su parte, la crítica se encontraría dividida entre quienes acusan al director de brutalidad y de aplicar excesiva crueldad en algunas escenas, y quienes resaltan el humor negro y la magistral forma de pasar del plano individual al colectivo y viceversa.
En un punto coincidirían casi todos los críticos: en la existencia de un conflicto de civilizaciones como eje central de la película. Y a partir de esto, se buscarían paralelismos con otros episodios de la historia de la humanidad, empezando por los sucesos actuales. A raíz de ello, se acusaría a la película de ser pro-esto o anti-lo-otro, de propaganda subliminal o de cualquier otra fórmula de denuncia social, de ésas que rápidamente generan partidarios y detractores. En cualquier caso, sería una de esas películas que la censura calificaría con lo de NR -18.
Pero el hecho es que Los Navegantes no es una película, ni siquiera un guión de cine. Sólo es un producto de la imaginación de José Miguel Vilar, y muy bien elaborado por cierto. Un argumento con gancho y dosificado en breves capítulos. No hay largas descripciones que ralenticen el discurrir de la historia. Tanto es así que ni siquiera los protagonistas están profusamente descritos. Al contrario, el autor opta por emplear las palabras justas que provoquen en el lector la sensación adecuada para la escena que está narrando. Tampoco faltan el humor y la tensión, a menudo mezclados, para que el contraste los haga más evidentes.
El lector asiduo a la literatura fantástica y de aventuras no echará nada a faltar en Los navegantes. Y el profano no podrá despegarse de este relato brutal, excesivo, desmedido y salvaje que tiene, no obstante, su motor en el amor.


Salvador Montesinos,
prologuista.

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